jueves, 19 de agosto de 2010

Amsterdam, entre diques y molinos

Tras el paso por Alemania, volvimos a Bruselas por unos días, donde aprovechamos para ver un poco más la ciudad y para visitar Brujas, la joya de Flandes, pero esto ya será tema de la próxima entrada.

En esta me voy a centrar en el viaje que hicimos al país de los diques y los molinos, Holanda, y más concretamente a Amsterdam y alrededores. Esta vez y por variar un poco, utilizamos el tren, el Thalys, que en dos horas conecta las dos capitales. Lo primero que nos llamó la atención cuando llegamos fue el frío... y la lluvia. De hecho, tuvimos que hacer un recorrido express por las tiendas de alrededor del hotel para abrigarnos un poco. Ya es curioso que viniendo de Bruselas no fuéramos más precavidos, pero bueno.

La sensación de Amsterdam es de locura colectiva. Tras el orden de Berlín, en el que todo está bajo control y te sientes uno más en el sistema, en Amsterdam reina el caos. Aquí no hay control posible porque parece que no hay reglas. Bicicletas por todas partes, coches, tranvías, peatones,... todos buscando su sitio y aprovechando el mínimo hueco para hacer camino. Los coches en el carril del tranvía, las bicis en la acera, los peatones en el carril bici... Sálvese quien pueda. Resulta casi increíble que no ocurran accidentes a todas horas. Y qué de gente, madre mía. Creo que no había visto tanta gente en mi vida. Por todas partes, en todas las calles, algo realmente digno de ver. Sin embargo hay que decir que uno se acostumbra rápido a este desconcierto y acaba por encontrarle el gusto.



Estuvimos dos días en la ciudad, pero bien aprovechados, sí señor. El primer día, recorrido turístico por los lugares destacados. El mercado de las flores, la plaza Dam, paseíto en barco por los canales, Vondelpark y entrada al museo Van Gogh, donde vimos algunas de las obras maestras de pintor holandés. Y por la noche, pues claro está tocaba ir a uno de los grandes centros de interés de la ciudad, el Barrio Rojo. Y allí, pues lo esperado: farolillos rojos, profesionales del sexo y cierto ambiente 'porrero'. Pero lo que más vimos fueron turistas... todos, como nosotros, curiosos por ver esta zona única en Europa.



El día siguiente por la mañana tocaba hacer la excursión obligada a la zona de la costa. Allí nos esperaban los molinos de Zaanse Schans, y, posteriormente, Volendam y Marken, dos pueblecitos típicos de la zona que merece la pena visitar. El trayecto en barco de uno a otro, si el tiempo acompaña, es algo imprescindible. Además, en estos dos pueblos vimos la fabricación de queso y de zuecos, elementos ambos imprescindible en el estereotipo holandés. El día fue espléndido y el sol nos acompañó todo el viaje.

Por cierto que impresionan las obras de ingeniería que se han hecho en esta zona para ganarle terreno al mar. Hay que tener en cuenta que una tercera parte del país se encuentra físicamente bajo el nivel del mar... de ahí el nombre de 'Países Bajos'. Sólo queda la duda de saber si el hombre puede poner freno a la naturaleza...


Ya de vuelta, quedaba poco por hacer. Un paseo por los canales, en el que resulta curioso ver las casas que parece que salen del agua... supongo que los días de mucho calor habrá gente que aproveche para salir a la ventana y darse un chapuzón. Después dimos un pequeño paseo por la plaza de otro pintor ilustre holandés, Rembrandt, antes de volver al hotel y dirigirnos de vuelta a Bruselas, donde claro está, nos esperaba nuestra amiga incondicional, la lluvia.

1 comentario:

  1. hoy puede ser mi gran noche1 de septiembre de 2010, 10:28

    Yee Sergi, ahí llevando el nom d´Espanya, i d´Algemesí per tot lo món. A vore si t´arrimes per bous conforme digueres i mos fas una fideuà d´eixes teues. El dia que toregen les dones entres de bades i por ser tú quién eres et pots quedar hasta que s´acabe la vaqueta, au.

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