El primer día lo empezamos con uno de los símbolos de París, la Torre Eiffel, de 330 metros de altura, que fue durante más de 40 años el edificio más alto del mundo. Optamos por subir a pie, como mandan los cánones, los más de 700 escalones hasta el segundo nivel. El esfuerzo se vio recompensado por la espectacular vista a la llegada. Además, aprovechamos para retomar el aliento y apagar la fiebre fotográfica que se había despertado en nosotros. No exagero si digo que sólo de la Torre Eiffel hicimos más de 100 fotos... Ya en tierra firme, abajo, nos dedicamos a pasear por los alrededores para apreciar más claramente la inmensidad de la Torre.
El sábado lo empezamos en la Plaza de la Bastilla, famosa porque fue el punto de inicio de la Revolución Francesa, tan importante en el futuro de la civilización. De ahí, nos trasladamos a la Ile de la Cité, los orígenes de París. Se trata de un pequeño trozo de tierra rodeado por el río Sena, y desde el cual fue creciendo la ciudad hasta llegar a ser lo que es hoy. En el centro de la isla, se encuentra la Catedral de Notre-Dame, famosa entre otras cosas porque allí habitaba jorobado Quasimodo en la novela de Víctor Hugo. En fin, aquí se respira historia por los cuatro costados... La foto siguiente muestra el río Sena, bordeando la Ile de la Cité, y el Pont Neuf (el más antiguo de la ciudad).
Tras esto, y para no aburrir demasiado, visitamos los Invalides, donde está enterrado Napoleón, la zona de St. Germain, y la Escuela Militar, para volver al río Sena para realizar el obligado crucero por el Sena a bordo de uno de los barcos. La noche caía, y la Ciudad de la Luz aparecía ante nosotros...
Para el domingo dejamos uno de los platos fuertes de París, en mi opinión lo mejor de la ciudad, la Iglesia del Sacre-Coeur, construida en la cumbre de Montmartre, la zona bohemia de la ciudad, donde se reúnen los pintores, músicos y demás artistas.En conclusión, diré que me encantó París, más incluso que la primera vez que la visité, hace ya casi 7 años. Cómo pasa el tiempo...
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